Los previos
Veníamos entrenando por varios meses sin ningún objetivo específico, habíamos hecho unas carreras de Trail running (por montañas), pero el asfalto tiene su encanto, como disfrutar la ciudad sin carros y contaminación. Por eso, cuando supimos de la media maratón no dudamos en ningún momento inscribirnos… y no sería cualquier carrera: serían mis primeros 21k en ciudad.
Los meses previos fueron de preparación física y mental: entrenamientos largos, de velocidad, funcionales, y concientizarme sobre el esfuerzo al que me sometería. Formamos parte de un grupo de runners, #NRCLima, ellos nos acompañaron y guiaron en esos meses. El resto fue creer.👌
Madrugar el domingo
Llegó el día. A pesar de que me encanta dormir, esa madrugada le gané al despertador. El tiempo se fue en alistarnos, desayunar (líquido y plátano) y revisar los accesorios. El Centro Histórico nos esperaba.
Ya en la Plaza de Armas, Jessica, Juanca y yo nos dispusimos a hacer los previos: la mochila al ropero, colocarnos la identificación y, por supuesto, nuestro registro fotográfico.
Con el paso de los minutos, mis pulsaciones se aceleraban. Una parte de mí quería empezar inmediatamente, pero otra esperaba que el momento no llegara.Durante el calentamiento muscular me percaté de algunos de los rostros que inundaban la plaza. Ansiosos, eufóricos y con la alegría propia de quienes están a punto de romper sus miedos para llevarse al límite.
Concentrados en el punto de partida, me repetía que correría a un ritmo que me permitiera terminar la carrera. Durante las semanas previas, había sufrido de sobrecarga en una rodilla y estuve en descanso por casi dos semanas. Pero luego de tomar las precauciones necesarias (rehabilitación, kinesiotapes, etc), sabía que lograría mis 21 kilómetros.
En ese momento, Juanca me dio un beso a su estilo, honesto, sincero, y me regaló una entusiasta mirada que extasiaba, aún más, el momento. “Recuerda tu rodilla, ve tranquila. Te amo”, y no necesitaba nada más para arrancar a correr. El conteo regresivo, Thunderstruck de fondo musical… ¡Y nos fuimos!
La carrera
Los primeros metros no vas a tu paso, sino al ritmo que impone la mancha de seres humanos que, aunque juntos, van enfocados en sus propios pasos.
Los minutos transcurren, miro mi reloj y voy más rápido de lo planificado. Aunque resulta muy atractivo continuar así, prefiero bajar un poco el ritmo para no despertar dolores innecesarios. Apenas vamos dos kilómetros.
Un grupo de espectadores observa desde la vereda. Unos nos dan ánimos, otros nos observan aterrados tratando de descifrar qué nos motivó a correr en ese lluvioso domingo.
Sigo mi camino, observo a mis compañeros. Personas de todas las edades y estilos, una pareja corre tomada de la mano, un hombre con sombrero de fiesta, un grupo de chicas riendo y dándose animo entre ellas. Pienso en todas las historias que se contarán esa tarde en las casas limeñas, al menos dos mil de esas serán sobre la media maratón.
Aunque los primeros kilómetros estuve con Jessica, mi cuñada, en este punto cada una va a su propio ritmo y nos hemos distanciado. Descubro una Lima apacible, encantadora, libre de la tempestad habitual. Cuánto bien haría que más domingos los ciudadanos puedan caminar su ciudad y disfrutarla como esa mañana lo hacíamos nosotros.
Llego a los 10 kilómetros y recuerdo a mi familia, los extraño. Quisiera encontrarlos en una de esas calles y oírlos animarme. Aunque tentada a llamarlos, prefiero enviarles un video y describir cómo me siento.
En el kilómetro 12 empiezo a sentir cansancio. Mi mente, ingeniosa, me envía imágenes simuladas de la meta, entonces mis piernas toman más fuerza, mis ojos se llenan de lágrimas. Yo sigo.
En el Kilómetro 14, la ansiedad me juega una mala pasada. Entrando por Canaval y Moreyra, en la calle contraria venía un grupo de corredores. Pienso, “si ellos están de vuelta, seguramente estaremos cerca para regresar”, pues nunca más equivocada; en realidad había cinco kilómetros de diferencia entre nosotros. Algunos dirán que para eso se estudia la ruta y demás, pero mi optimismo no me dejó interiorizar el cartel que identificaba las distancias.
En los siguientes kilómetros algunos colegas empiezan a disminuir su velocidad, incluso comienzan a caminar, pero nunca paran. Encuentro gente mayor que sigue su camino. Un poco más lento que antes, pero con más ímpetu. Siento que la media aprieta mis dedos con la intención de ahorcarlos. No es tan fuerte, pero cuando tu cuerpo está en ese nivel, los dolores son más intensos. No paro.
Los kilómetros 19 y 20 son alegres, pero duros. La emoción me dice “acelera, ya estamos cerca”, pero mis piernas van por inercia y, aunque les pido más velocidad, ellas me dejan claro cuáles son sus límites. Es verdad, hablo con mi cuerpo. Me siento profundamente conectada conmigo, alegrándome de lo que estoy logrando.
La llegada
El “Circuito Mágico del Agua” nunca es más mágico que en este momento. Aunque sus fuentes permanecen apagadas por la hora, las encuentro más animadas que de costumbre. Los observadores alentando, gritando que estas cerca, hicieron que mi cuerpo se impulsara con más velocidad.
Llego, eufórica levanto los brazos y siento como si fuese la primera persona en cruzar esa meta. Saco mi celular y grabo el ingreso para enviarlo a mi familia y dedicarles esta corrida a ellos: mi Juanca, mi madre bella y mis hermanitos: Tato, Isa y Alejo.
Esta medalla nos la merecemos, el almuerzo tendrá sabor a gloria y nuestras conversaciones de la tarde estarán cargadas de historias en 21 kilómetros. Y bueno, ya la próxima semana pensaremos en la siguiente hazaña.